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Presentación y justificación

 

En el marco del proyecto Prácticas de comunicación para la movilización y el cambio social: un diálogo con tres experiencias de comunicación que interactúan en sectores de periferia de Medellín  entendemos por diálogo de saberes, en primer lugar un escenario que potencia la reflexión, la discusión y el intercambio de experiencias y de conocimientos sobre prácticas y procesos de comunicación para el cambio social; en segundo lugar, una apuesta política y epistémica que favorece la construcción colectiva de rutas y trayectos metodológicos; saberes y conocimiento que, en su conjunto, se proponen afianzar, tanto los procesos de mediación comunicativa en sectores de periferia de Medellín, como los procesos de formación de los comunicadores. En tercer lugar, el diálogo de saberes constituye una metodología inédita que hay que empezar a poblar de sentido para que no termine siendo un rótulo de moda. En su dimensión política, el diálogo de saberes, tal y como lo estamos concibiendo,  se esfuerza por poner en relación dialógica (en horizontalidad, en espiral o cuando menos en ondulación) sujetos, prácticas y saberes que han marchado por mundos paralelos cuando no antagónicos. Pasar de una lógica de dominación/subordinación a una lógica de solidaridad/colaboración. En su dimensión epistémica, asumimos el compromiso de romper con las lógicas del pensamiento abismal y del razonamiento indolente (Santos, 2009) que surgen de la negación de lo que es diferente; al tiempo que favorecen  prácticas que utilizan el saber para ejercer el poder y la dominación. En su lugar, le apostamos a un  razonamiento más incluyente, cosmopolita -o para decirlo en términos de Boaventura De Sousa- en una ecología de saberes.

 

En el contexto de las grandes frustraciones que ha producido la implementación de políticas y estrategias del proyecto de globalización neoliberal, muchos de los países de América Latina han propiciado transformaciones, no solo en el modelo económico (girando de un modelo neoliberal que parecía inamovible a un modelo de economía solidaria) sino fundamentalmente en las dimensiones social y cultural, a partir de la construcción de apuestas de país que se expresan en las constituciones nacionales, pero que más allá de esto permean todas las esferas de la vida social, propiciando nuevas formas de ser, de estar y de estar con. A diferencia del giro que están haciendo muchos países de la región, Colombia viene afianzando el modelo económico neoliberal e implementando políticas y estrategias de corte social con las que se pretende menguar los efectos nocivos de un modelo que es francamente indolente.

 

En consecuencia con el modelo económico, el modelo educativo colombiano, particularmente la educación superior (aunque  no es la excepción en la región) ha adoptado y sigue fiel al proyecto político de mercantilización de la educación; situación que se evidencia en el tipo de vínculos que está interesada en fortalecer la academia y, por supuesto, en aquellos otros que está marginando (las problemáticas sociales), al no constituir un factor de peso en la escala que imponen los organismos de control y de evaluación de la calidad del servicio educativo.  Entre los aspectos marginados de la preocupación de la academia está la relación con los contextos sociales; la investigación y la extensión ahora son direccionadas por los intereses mercantilistas y, terminan siendo las multinacionales y los grandes emporios económicos los que inciden en la determinación del qué  y el para qué se debe investigar.

 

Frente a este panorama que, por decir lo menos resulta desesperanzador, intelectuales críticos de las Ciencias Sociales (Zemelman (2006); Santos (2005); Quijano (2007); Maldonado (2007); Castro Gómez (2005);  al tiempo que deconstruyen los modos de razonamiento y  de pensamiento (abismal, parametral colonial que han alimentado la inercia y  minado la producción de un conocimiento situado). Para el caso de la educación, cobra fuerza la voz de Freire (1977;1997) con su proyecto  de vida por una pedagogía popular y liberadora; todos ellos ofrecen propuestas teóricas y metodológicas para posicionar otros modos de pensamiento y de razonamiento que propicien el cambio.  Así mismo, estudiosos de la comunicación (Martín Barbero (2009); Gumucio (2011); Sierra Caballero (2010; 2012); Kaplun ( ); Uranga (2010; 2012) desde diversas perspectivas, le están apostando a una comunicación que obre en las transformaciones que los pueblos requieren.

 

Al lado de estas reflexiones y de los postulados del pensamiento crítico que, pese a su diversidad, se vinculan al propósito de pensar y de construir utopías para combatir la desesperanza, están  las organizaciones, movimientos sociales y comunidades organizadas (campesinos, estudiantes, pueblos indígenas; grupos étnicos; colectivos juveniles, entre otros.) que tejen  desde sus prácticas, propuestas y metodologías no violentas  para hacer respetar y hacer visibles y audibles sus visiones de mundo; sus conocimientos y saberes; sus proyectos colectivos que propician la solidaridad, el encuentro y la búsqueda de un buen vivir.

 

Al instalar el diálogo de saberes como referente de un evento académico hay que hacerse cargo de las exigencias de diverso orden que este hecho conlleva. En primer lugar, exigencias de tipo ético y político, puesto que, de cierto modo lo que se hace es interpelar a la academia misma en razón del privilegio que, por “tradición”, este ámbito le ha conferido a los monólogos ilustrados. De este modo, mientras lo ético estaría en el reconocimiento mismo del deseo y de la necesidad de abrir espacios en donde sea posible el encuentro con el Otro (sujetos) y con lo otro (saberes); lo político alude a la toma de posición desde la cual se busca poner en relación dialógica, lo que, o bien ha marchado por mundos paralelos, o bien se ha manejado en tipos de relación vertical, asimétrica o abismal. En segundo lugar, una exigencia de tipo epistémico que  problematice la naturaleza, los espacios de producción y de enunciación; los contextos de uso y los sentidos de los distintos saberes y conocimientos que una sociedad produce y que la academia debería cuando menos reconocer. En tercer lugar, exigencias de tipo antropológico y sociológico que permitan la comprensión y la elucidación de la pregunta por las subjetividades, sus lugares de emergencia; los modos de su constitución; los vínculos con territorialidades y con los modos de agenciar saberes y conocimientos. 

 

El congreso Diálogo de saberes en comunicación, entonces, se inscribe en el campo de los estudios críticos que toman como horizonte de producciones y de interpretaciones lo que algunos estudiosos (Santos; Quijano), en lo que constituye un giro del pensamiento, están denominando epistemologías del sur. De manera particular y en la medida en que los diálogos a los que estamos convocando se adscriben al campo de la comunicación,   el diálogo de saberes en comunicación propone y convoca aquellas reflexiones, propuestas, proyectos, prácticas y experiencias que, independientemente de las perspectivas teóricas, metodológicas o empíricas en las que se sustentan o inspiran,  aboguen por una comunicación que potencie la construcción de los sentidos sociales; una comunicación que medie en la constitución de ciudadanías; una comunicación que reconoce el derecho de todos los seres humanos, sin distingo de ninguna naturaleza, a la comunicación, bien desde el lugar de la producción, bien desde el lugar de la recepción. Una comunicación que empodere, que propicie la emancipación de los pueblos; una comunicación que nos permita reconocernos en la diferencia, más allá de los discursos de moda; una comunicación que sea inspiradora en la construcción del tejido social; una comunicación que fortalezca lo público, que defienda las libertades y los derechos humanos; una comunicación que profundice la democracia. 

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